Sarah Galicki
El cuidado de la salud se ha convertido en un asunto familiar
“Afirmar que la nutrición ha sido siempre una parte de mi vida es algo que está sobreentendido. Cuando tenía doce años, mi abuela falleció por unas complicaciones por diabetes tipo II. En el momento en el que entré en secundaria, mi madre recibió su diagnóstico. Por mi decimosexto cumpleaños, me diagnosticaron síndrome metabólico y tenía sobrepeso mórbido. Algo me hizo hacer clic de repente: me di cuenta de que era la siguiente en tener la enfermedad; siendo la tercera generación con diabetes tipo II. Mi mayor temor era ganar el premio a la novata más obesa de la universidad, poniéndome todavía más cerca de mis propios pronósticos. Decidí vencer la genética que me había tocado y realizar algunos cambios drásticos en el estilo de vida y comportamiento.
Empecé con algunos cambios obvios; dejé de comer fast food y de tomar refrescos. Reemplacé los snacks por cosas más saludables como la fruta, los pistachos y otros frutos secos. Cuando empecé a perder un poco de peso, empecé a realizar ejercicio. Convencí a mi madre para que se uniera a mí, y pronto empezó a perder peso también. Quedé fascinada por el impacto que tuvo el cambio de alimentación en mi vida. Cuando me fui de casa para empezar la universidad, continué con mi reto. Me hacía toda la comida y organizaba clases de ejercicio para mis amigas y para mí.
Me encantaba enseñar nuevas recetas a mis amigas y les hacía clases de cocina cada semana. Me aficioné a ayudar a mis amigas a comer mejor y mejorar su salud, y se me ocurrió: ¿por qué no estudiar una carrera relacionada con esto? Siempre me habían apasionado las ciencias y quería estudiar una carrera donde pudiera tener un impacto en la vida de las personas. Siendo una Licenciada en Dietética, tendría una carrera gratificante y satisfactoria.
Cuando iba a la universidad perdí algo de peso gracias a una dieta y, entonces, decidí empezar una rutina de ejercicios. Afortunadamente, tenía una amiga dispuesta a entrenarme cuando decidí hacer ejercicio. Nos encontrábamos en mi dormitorio para ir hacia al gimnasio juntas. Con tal de calentar, iba al gimnasio andando, mientras ella corría de un lado a otro hasta que yo llegaba. Cuando llegábamos al gimnasio, siempre estaba a mi lado. Ella me ayudaba y, cuando salíamos a correr, se ponía delante de mí para que le siguiera el ritmo. De repente, en la universidad, ¡corrí mi primer quilómetro y medio! Al final, fue capaz de entrenarme para correr hasta 5 km. No solo era mi amiga y entrenadora, también se convirtió en una de mis damas de honor.
Por la graduación había perdido ya 54.4 kg, y no solo había cambiado el curso de mi propia vida, también la de mi madre. La universidad es un lugar duro para perder peso. Teníamos pizza gratis y comida basura en todas partes. Cuando íbamos a visitar las universidades más cercanas, siempre había patatas chips y galletas durante el viaje. Esto era una lucha continua para mí, pero descubrí que la gran solución era llevar frutos secos. Me duraban mucho tiempo, eran fáciles de llevar y saciaban mi deseo de comer salado. Me gustó especialmente el hecho de que tardaba más en comer pistachos, debido a la cáscara. Era capaz de controlar la cantidad que comía sin picar a ciegas. Ahora ya hace algunos años que me gradué, pero mi peso se ha mantenido y mi estilo de vida saludable ha aumentado. Hace poco me gradué en un Máster en Dietética y Nutrición, y espero seguir con un Doctorado. Solía vivir para la alimentación y para comer pero, ahora, como para vivir y soy feliz en decir que los pistachos son parte de esto”.